Han
pasado cinco años. Cinco largos y horribles años aquí encerrado. Cinco tediosos
años en los que estuve a punto de ser violado en más de una ocasión. Por
suerte, hice saltar algún que otro diente, rompí alguna que otra nariz y
disloqué algún que otro hombro. En este lugar el pez grande se come al pez pequeño.
En este lugar hay dos opciones: nadar a contracorriente o hundirse. En este
lugar o comes o te comen. Y yo no soy de los que se deja comer, eso está claro.
Y pronto algún que otro personaje de corta intelectualidad lo aprendió.
Recojo
mis escasos enseres personales y salgo de la prisión. Una reja se abre. Un
funcionario de prisiones me escolta hasta otra puerta de rejas. La primera reja
se cierra. La segunda se abre. Un segundo funcionario me acompaña hasta la
salida. No me sorprende ver que nadie ha venido a recogerme. Bueno, sé que mi
exmujer me dará la fiesta de bienvenida que merezco.
Llamo
a un taxi y, al cabo de media hora, el vehículo llega. El conductor, un hombre
de aspecto marroquí me mira con cierta desconfianza, pero su mirada cambia
cuando le enseño el dinero. Me monto en el taxi, cierro la puerta y le doy una
dirección al hombre.
-El
cinturón, señor…-me dice con su acento marroquí. Ese acento me da una patada en
el estómago. No soporto a los inmigrantes. No soporto que vengan a robar el
trabajo a las personas honradas que nacimos en este país. Y mejor ni hablar de
la forma en que los hospitales y centros de salud están colapsados por su
culpa. Por lo menos espero que no se haya sacado la licencia en su país de
mierda.
-A la mierda el cinturón. Arranca
de una jodida vez…
El
taxista se encoge de hombros, mueve la palanca de cambios y pisa el acelerador.
Se incorpora a la carretera y coge velocidad.
-¿Le importa si fumo?-pregunta el
marroquí.-No. Anda, se buen chico y dame uno a mí. No me vendrá mal dar un par de caladas.
El
taxista alarga el brazo ofreciéndome un “Camel” y un mechero con publicidad de
una funeraria. Sonrío ante la ironía de aquel mensaje. Enciendo el cigarro y
saboreo con placer el humo que llena mi boca. Hacía demasiado tiempo que no
tenía ese placer. Le devuelvo el mechero al marroquí, que se lo guarda en el
bolsillo de la camisa, y me pongo a mirar por la ventanilla viendo pasar el
paisaje ante mis ojos. Doy una calada pensando en mi casa, pensando en la zorra
con la que me casé y en el maricón de mi hijo.
He
tenido cinco años para pensar en los dos. Tiempo suficiente para imaginar
diferentes formas de matarlos. Es obvio que les tenga rencor, ¿no? Al fin de
cuentas fueron ellos los que me metieron en chirona. “Maltrato infantil”
declararon en el juicio. Por qué, ¿por querer que mi hijo fuese un hombre? Pero
ella lo ablandaba con sus adictivos mimos. No fue mi culpa la paliza que le di
al final, fue suya. ¡Suya, joder! Y ni siquiera era capaz de aguantar un golpe.
Lloraba como una chiquilla asustada. Me repugnaba esa actitud. Pero la culpa no
fue mía, sino de su madre que quería esconderlo de la vida. ¿Qué tenía? ¿8
años? ¿9? No importa. Pero con su edad mi padre nos llevaba de caza a mi
hermano y a mí y no había mayor placer para mí que encontrar a las piezas y
arrancarles la vida de un balazo. ¡Pam! Y la liebre salía despedida. Pero
pronto las liebres se volvieron aburridas. Así que… ¡Pam! Y fue mi hermano el
que salió despedido. Fue un disparo limpio. Cayó de un golpe, sin tener tiempo
de saber qué pasaba. Aunque claro, fue un accidente, o eso pensaron mis padres,
mis familiares y todo el mundo en general. Aunque la verdad es que me había
quitado una competencia, pues con él fuera de casa lo tenía todo para mí.
Mientras
pensaba en todo aquello el taxi llegó a mi destino. Me bajé y le pagué al
taxista la tarifa del viaje y una propina extra por el cigarro y por haber
sabido mantener la boca cerrada todo el viaje. Creo que si hubiese tenido que
aguantar su acento extranjero durante todo el trayecto le habría matado allí
mismo. Y le habría hecho un favor a la comunidad.
Miro al cuarto piso y sonrío.
Llamo al timbre. Nada… Vuelvo a llamar con más insistencia. Y entonces responde
una voz desconocida.-¿Sí?
-¡Cartero!
La puerta se abre y yo entro. Llegó al buzón y ve que no está mi nombre. Ni el de la zorra ni el del maricón. Hay un nombre totalmente desconocido para mí. El nombre de una mujer que, aparentemente, vive sola.
Llamo
al ascensor, entro y pulso el botón del cuarto. El ascensor comienza a subir
mientras miro mi reflejo en el espejo: mi pelo castaño corto, mis ojos claros,
mi mandíbula fuerte. Me guiño un ojo a mí mismo. Soy atractivo y sé lo que las
mujeres quieren. El ascensor se detiene dando una leve sacudida y las puertas correderas
se abren. Salgo y giro a la izquierda. Recorro el pasillo y llego a la puerta
de la que fue mi casa. Mi hogar. El lugar en el que me arrestaron por culpa de
la zorra y el maricón. Llamo al timbre y espero. Al otro lado de la puerta se
oye una voz.
-¿Quién es?-Buenos días. ¡Traigo un paquete para Dolores Casals!
-¿Un paquete? No espero ningún paquete.
-Ese no es mi problema. Yo tengo un paquete para usted y necesito que alguien lo recoja y firme la entrega.
Durante
unos segundos no se oye absolutamente nada. Estoy a punto de darme la vuelta
cuando oigo el sonido del cerrojo abrirse. La puerta se entreabre permitiéndome
ver a una mujer de unos cincuenta años bastante fea. No puedo evitar pensar que
me resulta lógico que esté sola. ¿Quién aguantaría ver esa cara a diario? Si
hubiese sido mi hija la habría ayudado a tener un accidente mortal. Menos
sufrimiento para los demás al no tener que soportar esa cara. Sonrío a la mujer
que, rápidamente, se da cuenta del engaño. Pero yo soy más rápido y más fuerte.
Empujo la puerta y entro al piso.
-Por favor, ¡no!-suplica la mujer
que corre por el pasillo.-No puedes esconderte, mujer. Me conozco a la perfección cada rincón de esta casa.
La mujer corre hasta el cuarto de baño, está a punto de entrar, pero me abalanzo sobre ella y la detengo.
-Por favor, ¡no!-vuelve a suplicar mientras llora.
-¿Dónde está la familia que vivía aquí?
-No lo sé. Alquilé la casa porque la vi en el anuncio en una inmobiliaria.
-Ya veo… ¿Sabes? El problema es que esta también es mi casa y me dan asco las visitas. Y, si por lo menos estuvieses buena, te podría violar. Pero no me sirves ni para eso.
La inmovilizo en el suelo mientras con una mano me quito el cinturón. Se lo pongo alrededor del cuello y aprieto con todas mis fuerzas. La mujer se tambalea e intenta decir algo, pero el cinturón se lo impide. Siento una agradable sensación que me provoca una erección. El suelo se mancha por la saliva que sale de la boca de la mujer. Aprieto un poco más y me río.
La
mujer deja de moverse y yo busco por la casa. Abro cajones y armarios pero no
encuentro nada que me indique dónde pueden estar la zorra y el maricón.
Entonces se me ocurre alguien que sí puede saberlo. Mi querida cuñada. Una
zorra el doble de zorra que la zorra con la que me casé. Una zorra de
matrícula. Siempre he pensado que me equivoqué de hermana. Estuvo casada, pero
al tipo se lo llevó un cáncer de testículos. Supongo que por no saber usar lo
que tenía entre las piernas. Si Dios nos dio ese miembro es para usarlo en
condiciones. ¿Para qué si no?
Salgo
de la casa, no sin antes coger el juego de llaves de la fea, y me dirijo a casa
de mi cuñada. Miro mi reloj y calculo que tiene que estar a punto de volver de
recoger a sus hijos del colegio. Un colegio para niños pijos llevado por curas
pederastas “por la gracia de Dios”. Me dirijo a la parada del autobús y espero
unos diez minutos. Con suerte, cuando yo llegue, ella ya estará dentro.
Entonces aparece el autobús, me subo y me siento al fondo mirando a todos los
presentes, adolescentes en su mayoría. Chicos y chicas con la cara llena de
granos y pesadas mochilas en sus espaldas. Por suerte hay un par de chicas con
muy buen aspecto. Quizás necesiten una buena lección. Quizás necesitan que les
enseñe cómo funciona de verdad la vida. Y mientras pienso en cómo jugaría con
ellas, el autobús llega a su parada. Las chicas se bajan y siento la tentación
de ir tras ellas, pero hay algo más importante que tengo que hacer. El autobús
se desplaza entre el denso tráfico. El viaje se me hace eterno pero,
finalmente, diviso mi parada. Me levanto y pulso el botón de parada. El autobús
se va deteniendo, se abre la puerta de atrás y, cuando me dispongo a bajar, un
par de adolescentes me empuja para salir antes. Me aguanto las ganas de
lanzarlos contra la carretera, aunque habría sido un muy buen espectáculo ver
sus cabezas reventadas bajo los neumáticos de un coche.
Bajo y
me dirijo al portal indicado. Por suerte, un hombre entra en el edificio con su
hijo de la mano y yo entro con ellos. Se dirigen al ascensor, así que opto por
las escaleras. No me gusta ir en ascensor con otras personas. Llego al segundo
piso y enseguida a la puerta. Por suerte, la puerta está entre abierta sujeta
con la cadenilla. Una mala costumbre de mi cuñada para que la casa no se llene
del olor de la comida mientras cocina. Meto la mano con sigilo y, con un poco
de dificultad, consigo soltar la cadena. Sonrío y entro. Voy en silencio por el
largo pasillo hasta llegar a la cocina, donde está ella de espaldas a la puerta
frente a una cacerola. La campana extractora está puesta y ella no oye nada.
Mejor para mí. Cierro la puerta y avanzo hacia ella despacio. Entonces la
agarro por la espalda y ella da una sacudida asustada. Le digo al oído que se
calle. Sé que ha reconocido mi voz, porque se relaja.
-Muy bien, zorrita. Me vas a
decir dónde se esconde tu querida hermana.Al principio no responde, así que la zarandeo con fuerza y la golpeo. Entonces confiesa que se ha ido a vivir a otra ciudad. Vuelvo a usar la fuerza para que me de la dirección.
-¿Ves cómo no era tan difícil? Deja que te de las gracias…
La tiro al suelo y le arranco la ropa. Siempre me ha parecido una mujer muy potente y yo he estado cinco años sin sentir el contacto de una mujer. Sólo hombres. Eran un alivio, pero no es lo mismo. Le quito las bragas y la penetro. Había olvidado esa sensación. Quizás ella no lo disfruta, pero yo ahora estoy en el paraíso. Sigo moviéndome hasta que llego al delicioso final.
Me levanto y la miro allí tumbada, llorando, con las piernas aún separadas y los pechos al aire.
-Es hora de que me vaya. Pero antes me tienes que hacer un último favor:-necesito tu coche. No te importa que me lo lleve, ¿verdad?
Ella, sin dejar de llorar, niega con la cabeza. Siento el deseo de violarla de nuevo, pero no puedo perder más tiempo.
-Espero que tus hijos sepan sobrevivir sin ti. No es que me de placer matarte, pero no puedo permitir que avises a tu hermana de que voy a por ella, ni de que llames a la policía. Lo entiendes, ¿verdad?
Cojo un cuchillo, la beso en los labios y se lo clavo en la vagina. Me levanto y me voy mientras ella, con el cuchillo aún en su interior, se desangra.
-No te recomiendo quitártelo... Sólo acelerarías el proceso…
Cojo otro cuchillo y me lo guardo. Me dirijo a su dormitorio y veo el bolso sobre la cama, lo abro y cojo la llave del coche. Salgo de allí y, cuando estoy a punto de llegar a la puerta, veo a uno de mis sobrinos políticos. Le miro y me llevo el dedo índice a los labios. Abro la puerta y me voy.
Llamo al ascensor, entro y me fijo en el botón de la cochera: sólo se activa si meto una llave. Lo hago y el ascensor baja hasta la cochera. Nunca había estado allí, pero sé cuál es el coche que busco. Además, es el único color mostaza allí dentro. Pulso el botón y las luces del coche parpadean como si me saludasen. Entro, coloco el asiento y los espejos a mi gusto y salgo de allí sin ningún cuidado con las columnas: a fin de cuentas no es mi coche…
Recorro
algunas calles y enseguida llego a la carretera. El coche tiene GPS, pero a mí
eso me parece para maricones. Los verdaderos conductores no necesitan esas
gilipolleces. Paro en una gasolinera, hecho lo suficiente para que el coche no
me deje tirado y compro un paquete de “Malvoro”. Pago en efectivo y me marcho.
Enciendo la radio, muevo el dial hasta que encuentro la cadena de deportes,
enciendo un cigarro y me centro en la carretera.
Al cabo de un par de horas llego
a mi destino. Le pregunto a un policía local por la calle y me da las
indicaciones oportunas. Le doy las gracias y sigo mi camino riéndome. Sigo las
indicaciones y llego a la calle. Es zona azul, pero me da igual que me pongan
una multa: no seré yo quien la pague. Llamo a un timbre al azar.-¿Quién es?-pregunta la voz ronca de un hombre.
-Soy el técnico del ascensor. ¿Me puede abrir?
-Sí-dice con un tono bastante cortante. No sé si me ha creído o no, pero el muy idiota ha abierto la puerta. Me dirijo a los buzones y compruebo que, efectivamente, mi cuñada me ha dado la dirección correcta. Sonrío como nunca he sonreído y subo los escalones de dos en dos. Siento una gran emoción en todo mi cuerpo. Busco la puerta y llamo al timbre. Oigo unos pasos que se acercan, así que pongo la mano en la mirilla para prevenir. Por suerte, abren la puerta directamente.
-¿Quién…? ¡Joder!-dice la zorra en cuanto me ve. Intenta cerrar la puerta como trató de hacer la fea que se había colado en mi casa pero, de nuevo, no sirve de nada.
-¡Socorro!-grita ella a todo pulmón. La agarro y la golpeo. Pero ella siempre ha tenido los ovarios bien colocados, se revuelve y me golpea. Se escapa de mi agarre y vuelve a correr sin deja de chillar como una energúmena.
-¡Hija de puta! ¡Vuelve aquí! ¡Te voy a hacer pagar los cinco años que estuve en prisión por tu culpa!
Saco el cuchillo que cogí en la casa de su hermana y corro detrás de ella. Sus gritos me guían por la casa. Entonces escucho un portazo. La muy zorra se ha encerrado en el baño.
-¡Eso no es inteligente, cariño!
Le doy una fuerte parada a la puerta. Luego otra y luego otra. Sé que no tardará en ceder. La oigo chillar y eso me excita. Creo que a ella sí la violaré dos veces. Incluso puede que más de dos. Una última patada y la puerta se abre de un golpe. Ella está metida en la ducha con la escobilla del váter a modo de arma. Absurdo…
Entro despacio en el baño y sonrío.
-¡Fuera! ¡Márchate hijo de puta!
Me vuelvo a reír.
Entonces siento un golpe en la espalda. Me giro y veo al maricón detrás de mí con cuchillo con la punta manchada de sangre.
-¿Por la espalda, maricón? Ni para eso eres un hombre. Levanto el cuchillo y me lanzo contra él como una fiera. Una puñalada en el corazón será apropiada. Para mi sorpresa él me para y consigue desarmarme. Parece que el cachorro ha crecido. Mejor, así será más divertido todo.
Le
propino un puñetazo en las costillas. Le duele y afloja el agarre. Pero se
lanza sobre mí y me muerte en el la oreja con fuerza. Grito de dolor. Intento
quitármelo de encima pero el cabrón está bien agarrado. Tanteo con la mano en
busca de su entrepierna, la cojo con la mano y aprieto. Él me suelta con la
boca llena de sangre y aúlla. No dejo de apretar. Pero entonces la zorra se
echa sobre mí. Me golpea en la cabeza varias veces con un objeto. Duele, pero
es soportable. Retrocedo y golpeo con fuerza contra la pared. Ella se lleva
todo el impacto. Repito la operación y ella cae. Me giro y la cojo del cuello.
Ya la violaré cuando esté muerta. Aprieto y la miro mientras las venas de sus
ojos se dilatan. Pero el maricón vuelve a la carga y me propina un fuerte
rodillazo en el muslo. Caigo al suelo con la pierna adormecida. Pero no me doy
por vencido. Me arrastro y voy a por él. Le agarro del pantalón. Pero entonces
él me da un pisotón en la cabeza que me aplasta contra el duro suelo. Luego una
patada y luego otra. Yo sigo agarrado a su pantalón. Entonces la zorra se monta
sobre mi espalda, me coge la cabeza y me la golpea contra el suelo. Siento que
mi nariz se rompe. Un golpe y luego otro. Suelto el pantalón del maricón. La
oigo llorar. Siento mi sangre manchando el suelo. Oigo al maricón gritar algo
pero no entiendo qué es. Siento que mis fuerzas se desvanecen. Hijos de puta.
Por lo menos me llevé por delante a la zorra de mi cuñada, no sin antes cumplir
mi deseo de estar dentro de ella. En cuanto a ellos, bueno… Espero que tengan
un final horrible… Porque en el más allá les daré su merecido…
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