El suceso comenzó cuando Raúl fabricó su propio tablero de ouija y realizó con cuatro compañeros una sesión de espiritismo en el instituto, durante la hora del recreo. Aunque al principio no ocurrió nada, el ambiente se volvió tan tenso que tres de los chicos optaron por no seguir participando en la sesión de espiritismo, aunque sí lo hicieron Raúl y otro de sus amigos. Cuando estaban a punto de abandonar el juego al no establecer contacto con ningún ente, la mesa sobre la que estaban apoyados comenzó a moverse sola mientras una voz comenzó a susurrarles cosas incomprensibles.
A
partir de ese momento, la casa en la que Raúl vivía con su madre se convirtió en
un infierno. Todo comenzó con pequeños golpes en la pared, el techo o los
muebles, a los que no dieron importancia pues podían estar producidos por la
dilatación y contracción de los materiales. Pero, poco a poco, los ruidos se
hicieron más constantes e intensos. Incluso algunos objetos pequeños de las
estanterías parecían moverse solos.
Los
episodios alcanzaron mayor intensidad, pues la cama de Raúl comenzaba a
moverse, las cortinas se movían como si la ventana estuviese abierta y los
objetos comenzaban a caer de las estanterías. En el techo de la habitación del
joven se materializaban gotas de agua que, al hacer contacto con el suelo,
desaparecían. Además, podían escuchar pasos recorriendo la vivienda de arriba,
que estaba vacía. Pasos que se transformaron en fuertes golpes como si alguien
golpease el suelo de esa vivienda con una maza, haciendo vibrar toda la casa.
Manuela
decidió pedir ayuda a sus padres y a una amiga. Todos fueron testigos de los
golpes y extraños episodios sin explicación que se desarrollaban en la
vivienda. Del mismo modo, fueron testigos de cómo se materializaban esas gotas
en el techo pero, tras comprobar su posible origen, no había restos de humedad
que pudiesen indicar que una tubería se había roto formando alguna gotera.
Los
sucesos se volvieron insostenibles y la familia llamó a la policía, quien fue
testigo de los extraños fenómenos, lo que recogieron en el informe que
redactaron.
Finalmente,
pidieron ayuda a una médium. Cuando la
mujer entró en trance, los fenómenos se hicieron más intensos como si esa
entidad estuviese protestando. La médium dijo que no era capaz de solucionar el
caso y se marchó dejando a la familia rodeada de golpes y ruidos.
Con
el paso de los días, los sucesos paranormales perdieron intensidad hasta
desaparecer, sin que nadie pudiese dar una explicación a tales hechos. No
obstante, la familia abandonó el inmueble. Pero, sin duda, Raúl aprendió que la
ouija no es un simple juego, pues puede acarrear situaciones peligrosas.
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