Mientras
corría por el sótano podía escuchar a mi amigo contar. Rápidamente, encontré un
escondite junto a una estantería metálica que contenía algunos cubos de
pintura. Rápidamente, mis amigos fueron escondiéndose hasta que la luz del
sótano se apagó. Mi amigo había dejado de contar. La puerta del sótano se abrió
con un chirrido y, sumido en la oscuridad, pude escuchar a mi amigo bajar la
escalera, cuyos peldaños crujían bajo su peso. Poco a poco, fue bajando hasta
llegar al suelo. No podía ver nada, pues estaba todo totalmente a oscuras. Podía
escuchar los latidos de mi corazón en medio de aquella oscuridad y, a lo lejos,
los pies de mi amigo arrastrándose con torpeza con miedo de tropezar o chocarse
con algún objeto. En ese momento, sentí un cosquilleo recorriéndome la mejilla
y me sacudí la cara frenéticamente quitándome de encima lo que me pareció una
araña. Sólo de pensar en aquellas ocho patas moviéndose me recorrió un
escalofrío todo el cuerpo.
Escuché
un sonido cerca de mí, algo que se arrastraba, y una respiración. Alguien se
chocó conmigo.
-Perdona-dijo
con un susurro una voz femenina.
Me pegué aún más junto a la
estantería para que esa persona se escondiese. Pensé que si se había cambiado
tan rápido de escondite es porque habían estado a punto de pillarla.
En ese
momento, algo golpeó con fuerza la estantería, provocando que el sonido
metálico se extendiese por todo el sótano. Atraído por el sonido, mi amigo se
acercó hacia donde estábamos. En medio de la oscuridad, y sin atreverme a salir
de mi escondite, me pregunté quién había golpeado la estantería. Entonces, un
nuevo golpe sacudió la estantería y luego, otro más fuerte, hizo que los botes
de pintura cayesen al suelo. Entonces, una mano huesuda tocó mi cabeza y grité
antes de salir corriendo sin saber a dónde ir. En mi carrera por el sótano, me
choqué con alguien y caí al suelo. Entonces una mano me agarró de la pierna con
fuerza.
-¡No! ¡Suéltame!
-Esa voz… ¡Antonio! ¡Te he
pillado!
Me
quedé inmóvil durante varios segundos hasta que la luz se encendió. Parpadeé
varias veces para que mis ojos se acostumbrasen a la brillante bombilla y miré
a mi alrededor. Todos me miraban con una mueca en la cara. Miré al sitio donde
me había escondido y vi los botes de pintura en el suelo pero no había nadie
allí escondido. Me levanté y una chica, la dueña de la casa en la que jugábamos
a “Las Tinieblas” preguntó con cierto enfado:-¿Quién ha tirado los botes?
Podíais tener más cuidado. ¿Quién se ha escondido ahí?
Me mordí el labio y dije:-Yo me
he escondido ahí. Pero cuando la luz estaba apagada alguien más se ha escondido
conmigo. Esa persona debe haber tirado los botes.
Miré a mis amigos, pero nadie
parecía querer confesar quién había sido. Es más, sus caras reflejaban que en
ningún momento habían usado la estantería como escondite.
Sin
terminar de comprender lo ocurrido, subí por las escaleras, salí del sótano y
empecé a contar hasta veinte. Al terminar de contar, pulsé el interruptor para
apagar la luz del sótano, abrí la puerta, entré, la cerré a mis espaldas y,
agarrándome a la barandilla, comencé a bajar tratando de recordar el número de
escalones que había. Estaba llegando al final cuando sentí cómo alguien me
arañaba la mano por lo que, dando un grito, la quité del pasamanos.
Llegué
abajo y me detuve unos segundos tratando de escuchar algún movimiento pero, al
no oír nada, comencé a caminar con los brazos estirados hacia adelante. En ese
momento, escuché una voz en un rincón del sótano, por lo que me acerqué hasta
allí. Cuando estaba llegando, pude sentir una respiración, estiré la mano y
agarré un brazo. Empecé a tantear tratando de averiguar de quién se trataba.
Fui recorriendo el brazo, el hombro, la cara y, finalmente, el largo cabello.
No era capaz de saber de quién se trataba. Entonces, aquella persona, soltó una
risa heladora que se escuchó por todo el sótano. A continuación, sentí un
aliento fétido junto a mí y unas manos que agarraban mis muñecas con fuerza
clavándome las uñas y produciendo que brotase un hilo de sangre de ellas.
Comencé a gritar y a pedir que me soltara.
-¡No!-dijo aquel ser con voz
gutural.
Grité
y pedí ayuda a mis amigos, pero no obtuve respuesta. Todos los objetos del
sótano comenzaron a vibrar, la luz se comenzó a encender y a apagar sola de
forma intermitente permitiéndome ver objetos volando por toda la habitación, manchas
de sangre por las paredes y el suelo, pero ni rastro de mis amigos. Miré a la
mujer que me había agarrado: sus ojos blanquecinos, sus dientes podridos, el
pelo que se le caía. Aquella imagen era espantosa. Grité con todas mis fuerzas
hasta que me faltó el aire. La decrépita mujer acercó su descompuesto rostro al
mío mientras una espesa baba caía de su boca. Sentí una arcada. La mujer me
abrió la boca y expulsó todo su apestoso aliento en ella. Me desmayé.
Cuando desperté, estaba tumbado
en un sofá. Miré a mi alrededor y vi a mis amigos mirándome con preocupación.
Al preguntar qué había ocurrido, me explicaron que, cuando entré en el sótano,
comencé a hablar sólo mirando a una esquina y a gritar, por lo que encendieron
la luz. Según me explicaron, me había quedado inmóvil, como si estuviese en una
especie de trance del que no eran capaces de sacarme hasta que caía al suelo
inconsciente.
Me incorporé, aunque me dolía la
cabeza como si me fuese a estallar. Quería irme a mi casa, pero a mis amigos no
les parecía buena idea, por si volvía a desmayarme. No les escuché y salí de la
casa.
Mientras caminaba por la calle me
sentía realmente extraño. Entonces sentí un extraño escozor en el dorso de la
mano derecha, por lo que miré y vi un profundo arañazo. Extrañado, miré la
palma de mi mano y vi restos del cabello de alguien, como si hubiese tirado a
alguien del pelo. Entonces me miré las muñecas y vio sendas marchas de uñas.
Vomité sobre la acera y, al hacerlo, vi que el vómito era negro. Me encontraba
realmente mal. Sentía los ojos cansados. Sólo quería llegar a casa y comer la
carne más deliciosa de todas: la humana.