El
número 2 de la calle Gascón de Gotor, Zaragoza, fue testigo de un hecho para el
que, a día de hoy, no se ha encontrado una explicación lógica. Un caso que,
debido a su rareza, llamó la atención, no sólo de la prensa nacional, sino
también de la internacional como “The Washington Post”.
El 23
de septiembre de 1934, alrededor de las 6:30 de la mañana mientras todos
dormían se escuchó una siniestra carcajada en la escalera, risa que sonó
durante varios minutos y que hizo que los vecinos saliesen de su casa a
comprobar quién producía aquella escalofriante risa, sin encontrar a nadie. No
obstante, al no repetirse dicho suceso, los vecinos dejaron de darle
importancia a ese insólito suceso.
Pero
aquello sólo sería un aviso de algo que atormentaría a la familia Grijalba,
residentes en el 2º Derecha del inmueble. Un par de meses después de que se
produjese aquella risa, el 20 de noviembre a las 7 de la mañana, Pascuala
Alcocer, la joven de 16 años que realizaba las tareas del hogar para la
familia, se levantó a las 7 de la mañana para preparar el desayuno. Pascuala
cogió un gancho para remover las brasas del hornillo de la cocina.
En ese
momento una especie de voz que murmuraba algo. Pascuala se quedó paralizada
durante unos segundos, pero volvió a remover las brasas. Entonces aquella voz
dijo “¡Que me haces daño!” y, a continuación, una carcajada.
Pascuala salió corriendo y pidió
ayuda a la vecina del 2º Izquierda. Las dos mujeres entraron en la cocina y la
voz del hornillo dijo:-¡Luz, que no veo!.
Las
mujeres comenzaron a gritar asustadas, despertando a la familia, que acudió a
la cocina. El padre de la familia abrió el hornillo para escuchar cómo aquella
siniestra voz se reía. Decidieron llamar al propietario de la casa, Antonio
Palazón, que comenzó a golpear el conducto de humo del hornillo. Como
respuesta, se escucharon unos quejidos y, a continuación, aquella voz que
comenzó a gritar el nombre de los allí presentes.
La familia intentó ignorar
aquellos sucesos, pero los rumores se habían extendido por la ciudad y la
prensa local comenzó a publicar artículos sobre el duende que vivía en aquel
hornillo. A modo de respuesta, una gran cantidad de curiosos se agrupaba en la
calle frente a tan misterioso edificio.
En una ocasión, un agente de
policía que se mostraba escéptico a esas fantasías pensando que se trataba de
histeria colectiva entró en la cocina, cogió el gancho y rasgó el hornillo.
Para su asombro, una voz bastante furiosa dijo:-¡Que me haces daño!
A partir de ese momento se inició
una investigación que tratase de desvelar el origen de aquel suceso, acudiendo
las autoridades en diferentes ocasiones a aquella cocina y a rasgar el hornillo
con el gancho.
Al no encontrar una respuesta
aparentemente lógica, las autoridades decidieron llamar a un arquitecto para
que buscase una explicación a aquella voz, como una sonoridad excesiva en el
conducto de la chimenea que comunicase con otra habitación u otra casa. Cuando
el hombre se dispuso a medir el conducto, la voz gritó “Mide 15 centímetros”. Para
asombro de todos los presentes, esa era la medida que tomó el arquitecto. Tal
fue el pánico que aquello produjo, que llegó la policía armada dispuesta a
buscar por todo el edificio micrófonos o algún dispositivo que produjese
aquella voz. Ante este hecho la voz exclamó:-¡Para qué tanta policía!
Durante
la investigación que se realizó se percataron de que la única persona presente
en todas las manifestaciones de aquella voz era la criada, por lo que se
convirtió en la principal sospechosa de aquel caso. Una investigación médica
declaró que la joven mostraba ventriloquia inconsciente de orden histérica. Por
tal motivo, Pascuala regresó a su pueblo. No obstante, durante su ausencia, la
voz volvió a manifestarse.
En otra ocasión, le preguntaron a
la voz cuántas personas había en la casa, y la voz acertó con su respuesta. Le
preguntaron si quería dinero o trabajo y la voz respondió “Nada, no soy un
hombre”.
Pero, por alguna razón, la voz
cada vez se manifestaba con menos frecuencia mostrándose una noche por última
vez al gritar con fuerza que iba a matar a todos los habitantes de aquella
maldita casa.
Aquella misma noche, en el número
11 de la calle San Agustín, el barrio vecino, se reunió un grupo de personas
amantes del misterio y lo paranormal. Entre ellos se encontraba la espiritista
Asunción Jiménez Álvarez, que estaba dispuesta a contactar con aquella entidad
que se había adueñado del hogar de la familia Grijalba . Al poco de
comenzar la sesión de espiritismo, la mujer abrió los ojos y de su boca surgió
una voz grave. En ese momento, la mujer sufrió un colapso por el que falleció
en ese mismo momento.
A pesar de este repentno
fallecimiento, la prensa dejó de realizar publicaciones sobre el duende de
Zaragoza, quizás por la tensión política previa a la Guerra Civil en la que se
encontraba España en aquella época. El caso se dio por cerrado, aunque no se
consiguió dar respuesta a tan inusual fenómeno. Y nunca se supo explicar si la
muerte de la espiritista fue casualidad o realmente el duende había sido el responsable
de tal trágico final para la mujer.
Actualmente, el edificio donde
ocurrieron tales fenómenos no existe pues fue demolido construyéndose uno nuevo
y más moderno. Debido a la repercusión mediática que tuvo, el actual edificio
recibió el nombre de “Edificio Duende”.
No obstante, la voz no ha vuelto
a manifestarse. Quizás el duende se marchó para siempre, o quizás continúa
escondido en alguna parte del nuevo edificio esperando el momento de volver a
actuar.
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