miércoles, 28 de febrero de 2018

LA CASA DE LAS SIETE CHIMENEAS


La Casa de las Siete Chimeneas es un edificio del siglo XVI ubicado en Madrid, concretamente en la plaza del Rey haciendo esquina con la calle de las Infantas.

La construcción del edificio fue ordenada por un montero de Felipe II tras comprar un terreno situado detrás del convento del Carmen. El montero se lo regaló a su hija Elena como regalo de boda. Tal era la belleza de la joven, que cautivó a Felipe II cuando era príncipe, siendo amantes en secreto. No obstante, Elena carecía de la nobleza necesaria para emparentarse con la realeza, por lo que contrajo matrimonio con un varón de noble linaje que partió pocos meses después a la guerra como capitán de los tercios de Flandes, muriendo en la batalla de San Quintín combatiendo a las tropas francesas. Tras este suceso, la joven fue consumida por la pena, pues apenas comía ni dormía y su aspecto se deterioró considerablemente. Desgraciadamente, Elena murió por la tristeza. Pero, rápidamente, corrió el rumor de que, poco antes de su muerte, había dado a luz a una niña que desapareció en extrañas circunstancias.

Tras la muerte de Elena, los sirvientes afirmaron que la mujer no había muerto consumida por la pena, si no que realmente había sido asesinada, ya que encontraron en su cuerpo varias heridas causadas por un cuchillo. En ese momento, los rumores relacionaron la muerte de la joven con el rey, y se llegó a especular que Felipe II ordenó el crimen para ocultar una relación secreta de la que había nacido una niña y que le supondría problemas en el futuro. No obstante, quién fue acusado e interrogado por el crimen fue el padre de Elena. Tal fue la presión que vivió el hombre que se ahorcó colgándose de una de las vigas de la Casa de las Siete Chimeneas. En ese momento, las autoridades ordenaron que se investigase la muerte de Elena, pero el cadáver había desaparecido de forma inexplicable y nadie parecía conocer su paradero.

Algunos días después, varios testigos afirmaron ver  sobre el tejado de la casa la figura de una mujer vestida de blanco con el largo cabello siendo movido por el viento que se deslizaba sosteniendo una antorcha en una mano y señalando con la otra hacia el Alcázar, residencia de Felipe II, golpeándose posteriormente el pecho mientras gemía de auténtica agonía y desapareciendo a continuación. Comenzó así a correr el rumor de que se trataba del fantasma de Elena buscando justicia y acusando al monarca de su muerte.
Pero estos no fueron los únicos sucesos trágicos. Pocos años después de la muerte de Elena, la Casa de las Siete Chimeneas se convirtió en el hogar de un anciano rico que contrajo matrimonio con una joven por conveniencia. Esta joven se rumoreaba que, al igual que Elena, fue amante del rey. En la noche de bodas, la joven se suicidó y su cadáver fue encontrado con un puñal clavado en el pecho y las arras, regalo de Felipe II, esparcidas por el suelo.

Desde ese momento, hubo testigos que hablaban de una presencia fantasmal que recorría la casa con un vestido de novia sollozando y haciendo tintinear unas monedas.
Pero parecía que sobre el edificio había caído una maldición, pues con el paso de los años pasó de un propietario a otro, pues cada dueño que tenía parecía querer desprenderse de ella enseguida, sufriendo diversas reformas hasta que los trágicos sucesos fueron olvidados. Una de las múltiples personas que adquirieron el inmueble fue el comerciante genovés Sebastiano Cattaneo. Es bajo su poder cuando se añadieron las siete chimeneas que otorgaron al reseñado edificio su popular nombre. Hay quien dice que las chimeneas representan los siete pecados capitales.

Los años pasaron y el enigmático edificio seguía pasando de un propietario a otro. En el siglo XVIII la Casa de las Siete Chimeneas fue ocupada por el marqués de Esquilache, ministro de Carlos III. No obstante, la tragedia volvió a entrar en el edificio como consecuencia del famoso motín de Esquilache, que se desarrolló como protesta ante la prohibición del marqués de llevar capa larga y sombrero de ala ancha. Los rebeldes asaltaron la casa aunque, por suerte, el marqués y su familia no se encontraban allí, pues habían huido para refugiarse de los ataques. Desgraciadamente, uno de los sirvientes ofreció resistencia al asalto y fue brutalmente asesinado, pues los rebeldes se ensañaron con él. Tras cometer el crimen, el edificio fue saqueado.

La Casa de las Siete Chimeneas siguió cambiando de dueño hasta que, a finales del siglo XIX, fue acondicionada como sede del Banco Castilla. Fue durante la reforma cuando se encontró el esqueleto de una mujer enterrado bajo el suelo. Junto a los restos se encontraron varias monedas de oro de la época del reinado de Felipe II. En ese momento, volvieron a surgir los rumores sobre la extraña muerte de Elena y el fantasma que se deslizaba por el tejado de la casa.

Pero aquel no fue el único esqueleto encontrado pues, tras una nueva reforma en el año 1960, se encontró el esqueleto de un hombre emparedado, aunque no se pudo averiguar de quién se trataba. Pero, quizás, sea el cadáver de aquel sirviente al que asesinaron cruelmente, quedando así sus restos y su alma atados a la Casa de las Siete Chimeneas como un espíritu errante más incapaz de encontrar la forma de cruzar al más allá tras su trágica muerte.

El simbólico edificio alberga actualmente las dependencias del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, aunque quizás vuelva a cambiar de manos en un futuro no muy lejano, pues parece estar destinado a no tener un propietario fijo. Además, a día de hoy, hay quien dice que en las noches de luna llena se puede ver una figura femenina ataviada con un vestido blanco paseando entre las siete chimeneas que coronan la emblemática casa. Una figura que, incapaz de encontrar el descanso eterno, vaga lamentándose y buscando  todavía justicia por el verdadero motivo de su muerte.

viernes, 23 de febrero de 2018

LA HABITACIÓN 712 DEL PARADOR DE CARDONA


En la localidad de Cardona (Barcelona) se encuentra un Parador – Museo. Dicho Parador, ubicado en lo alto de un promontorio, fue inaugurado en el año 1976.

Pero no es un simple Parador, pues se trata de un impresionante castillo construido en el año 886 por Wifredo el Velloso.

La arquitectura de este castillo es de estilo románico y gótico. Además, dentro del recinto fortificado es posible encontrar la torre Minyona, y una iglesia. Ambas construcciones datan del siglo XI.


Durante el siglo XV, los duques de Cardona se convirtieron en la familia más prestigiosa de la Corona de Aragón. Por ello, recibieron el título de “reyes sin corona”, ya que poseían extensos dominios en lo que actualmente es Cataluña, Aragón y Valencia. Además, compartían vínculos dinásticos con las casas reales de Castilla, Portugal, Sicilia y Nápoles.
No obstante, en 1714 sufrió un asedio que destruyó gran parte de sus murallas, cayendo esta fortaleza bajo el poder de las tropas de Felipe V durante la Guerra de Sucesión.

De este modo, esta fortaleza permaneció en ruinas hasta que se decidió reconstruirlo para usarlo como Parador, pues supondría una importante atracción turística en la zona, no sólo por su belleza arquitectónica, sino por las espectaculares vistas que su perfecta ubicación ofrece del valle del río Cardener.

Pero, lo que parecía un lugar destinado al reposo de los viajeros, se tornó en una pesadilla producida por fantasmales apariciones.
Según cuentan, durante la reconstrucción del majestuoso edificio, fueron muchos los trabajadores que aseguraron haber sido testigos de hechos extraños como el inexplicable movimiento de objetos, ruidos y golpes de procedencia desconocida y voces de ultratumba. No obstante, la obra de remodelación continuó y, finalmente, el Parador fue abierto al público.

La arquitectura de la fortaleza desprende por sí sola un aura mágica que encanta a todo aquel que decide cruzar sus puertas. Resulta difícil no ser preso de cada detalle: largos y estrechos pasillos, salas abovedadas con arcos apuntados y viguetas de madera, decoración austera y elementos góticos.

Este escenario está acompañado de un ambiente profundamente solemne donde cada detalle es perfectamente cuidado. Un halo de misterio que acompaña a todo visitante al ala oeste de la séptima planta, donde se encuentra la habitación 712.
Y, aunque el Parador es en su totalidad un lugar que capta la atención de cualquier viajero, es la habitación 712 la que despierta más interés. El motivo es el testimonio de distintos clientes que, alojados en dicha habitación, aseguran haber sentido presencias extrañas en su interior. Algunos cuentan que les resultó difícil conciliar el sueño, pasando una noche inquieta como si algo les impidiese dormir. Otros, alojados en habitaciones próximas, mantienen que, durante la noche, pudieron escuchar el movimiento de muebles siendo arrastrados en el interior de la habitación a pesar de estar en ese momento desocupada.

Pero los testimonios más inquietantes son de los clientes que aseguran haber visto apariciones de hombres o mujeres ataviados con ropas de la época medieval que deambulan por la habitación deteniéndose frente a la cama, o que los grifos de la sala se abren solos. Además, hay quien ha conseguido captar psicofonías en dicha habitación.


Pero no son sólo los clientes quienes realizan estas confesiones, pues el personal del propio Parador ha sido testigo de estos inexplicables fenómenos. El personal de limpieza sigue siempre una rutina para el mantenimiento y limpieza de los diferentes espacios. Parte de esa rutina implica llamar a la puerta de cada habitación antes de entrar, a pesar de saber que dicha habitación no está ocupada. Una tarde, un par de mujeres llamaron, a la puerta de la habitación 712, siguiendo así el protocolo. En ese instante, una voz ronca en el interior de la habitación dijo “espere”. Podría ser un cliente, pero en ese momento la habitación no estaba ocupada por nadie por lo que, extrañadas, volvieron a llamar a la puerta. Al hacerlo, volvieron a escuchar esa misma voz que les pedía que esperasen. Las dos mujeres decidieron preguntar en recepción por la persona que se hospedaba en esa habitación, pero nadie había reservado su estancia en aquel dormitorio. El que fuese entonces gerente del Parador, acudió intrigado a la habitación 712, donde las mujeres estaban intentando abrir la puerta con la llave maestra, lo cual les resultaba imposible, pues el cerrojo parecía atascado. Insistieron hasta que, finalmente, consiguieron abrir la puerta y acceder al interior de la habitación. La cama estaba hecha y todo parecía en orden a excepción del cuarto de baño, que estaba lleno de vaho, con el espejo empañado, una toalla húmeda, huellas de pies frente al lavabo y el grifo abierto. Podría parecer que alguien se había estado aseando allí pero la realidad era diferente, pues no había nadie. Nadie podía entrar a aquella habitación de otra forma que no fuese abriendo la puerta. Y salir por la ventana resultaba imposible debido a la altura y la complejidad de deslizarse por el muro exterior.

Tras este incidente, y las diferentes quejas realizadas por los huéspedes que en dicha habitación se alojaron, el personal de limpieza decidió acceder a la habitación en parejas ya que, desde ese momento, no se atreven a hacerlo sin alguien que les acompañe. Además, la dirección del hotel decidió cerrarla al público. No obstante, es alquilada para quien la pida expresamente en recepción, no sin antes recibir una serie de advertencias.

Se cree que la existencia de estos fenómenos se debe a la cantidad de asesinatos, torturas, masacres y muertes que hubo en este lugar. Almas que, a lo largo de los siglos, abandonaron su cuerpo para quedar atrapadas entre sus gruesos muros, incapaces de encontrar una salida. Además, surge la leyenda de un triste suceso que tuvo lugar en el castillo durante el siglo XI. Una joven cristiana de nombre Adales se enamoró de un musulmán. Dada la situación política de la época, su padre la condenó a vivir encerrada en la Torre Minyona, donde murió de pena quedando sólo un alma triste que a día de hoy vaga por el impresionante edificio.

Aunque no es la única historia, pues hay quien asegura que un espectro con cuerpo de mujer se mete en las camas para evitar que las parejas mantengas relaciones sexuales.
Sean o no ciertas estas historias, el Parador de Cardona es un lugar mágico que atrae la atención de todo el mundo, invitándolos a visitar sus magníficas salas. Y brinda a los más valientes la oportunidad de experimentar en su propia piel los fenómenos paranormales de la habitación 712.

lunes, 19 de febrero de 2018

LOS FANTASMAS DE BELCHITE

Belchite es un municipio de la provincia de Zaragoza que ha sido golpeado en numerosas ocasiones por los conflictos bélicos.
Para empezar, fue escenario de combate durante las Guerras Púnicas entre romanos y cartagineses.

En el siglo XIX, fueron dos los conflictos que invadieron sus calles: El primero, la batalla de Belchite de 1809, durante la guerra de Independencia. En esta batalla los españoles fueron derrotados por el ejército francés. Esta victoria fue reflejada en el Arco del Triunfo de París, pues Napoleón hizo inscribir allí el nombre de Belchite. El segundo se desarrolló sólo tres décadas después, pues en 1838 las Guerras Carlistas se extendieron hasta esta localidad, siendo tomada por los carlistas, quienes se enfrentaron a los liberales intentando ocupar Zaragoza.

No obstante, lo peor estaba por llegar. Durante el verano de 1937, concretamente el 24 de agosto, Belchite se convirtió en escenario de la Guerra Civil. De esta forma comenzó la denominada batalla de Belchite, que finalizó el 6 de septiembre de ese mismo año. El municipio, que se encontraba bajo el control del denominado Bando Nacional, fue atacado por el Bando Republicano, que se propuso tomar Zaragoza para apoyar a los dos frentes que intentaban evitar la caída de Bilbao y Santander.

Tal fue la dureza de los ataques, que durante quince días murieron alrededor de seis mil personas, contando tanto soldados como civiles. Los cadáveres se amontonaban y pudrían en las calles. El pueblo fue totalmente destruido, dejando sólo un escaso número de ruinosos edificios en pie.
Al finalizar la guerra, con la victoria del Bando Nacional, Franco decidió crear un pueblo nuevo, usando presos republicanos, en lugar de reconstruir aquel. De esa forma, utilizó las ruinas como símbolo de su victoria y como propaganda política para hacer ver a los ciudadanos la masacre que habían realizado los republicanos. El conjunto de ruinas pasó a denominarse “el pueblo viejo”. En contraposición, el nuevo pueblo pasó a denominarse “el nuevo Belchite”.


La guerra había terminado, pero “el pueblo viejo”, ahora un lugar de aspecto totalmente fantasmal, no pudo encontrar la paz, pues  los gritos, el dolor, el sufrimiento y las continuas explosiones que azotaron Belchite nunca quedaron en silencio. Son muchos los testimonios de personas que, al pasear entre aquellas ruinas, aseguran haber oído gritos, llantos y haber visto siluetas que recorren las silenciosas calles.

Por ese motivo, el periodista e investigador del mundo paranormal Carlos Bogdanich, decidió desplazarse allí con su equipo de Radio Heraldo para grabar psicofonías.


Por ello, colocaron micrófonos de máxima tecnología en los restos de la iglesia de San Martín y comenzaron a grabar.
Cada dos horas acudían a la iglesia para cambiar las cintas. Estuvieron durante seis horas escuchando las cintas sin poder percibir nada hasta que, de repente, escucharon un fuerte estruendo. Aquel constante sonido parecía un bombardeo. A este le siguió el de un avión de combate. Bogdanich se puso en contacto con militares e historiadores, quien confirmaron  que aquel sonido era el de un bombardeo, y aquel avión sonaba como los usados por el Bando Republicano para efectuar el ataque.

De esta forma, la leyenda cogió fuerza y despertó la intriga entre los más curiosos y el número de visitantes aumentó. Hay quien asegura haber visto misteriosas sombras que recorren las calles, desaparecieron entre los muros de las ruinosas casas, niños que corren, voces que hielan la sangre, llantos de bebés entre las ruinas,  el sonido de campanas que, en realidad, no suenan, y fotografías en las que aparecen extrañas siluetas. Hay quien asegura haber visto a una pareja de mujeres  cogidas del brazo que, según testimonios, se trata de dos hermanas que murieron en su casa durante los bombardeos, pero que actualmente siguen recorriendo esas calles como lo hiciesen en vida. Otro de los extraños fenómenos ocurre en las ruinas de la iglesia de San Martín y el convento de San Rafael, lugares en los que muchos habitantes de Belchite se refugiaron pensando que se trataba de un lugar seguro para, finalmente, morir atrapados entre las llamas. Los turistas que entran en esta iglesia son testigos de cómo en ese lugar los móviles, las cámaras y las linternas dejan de funcionar, y sólo vuelven a hacerlo al alejarse de las ruinas de ese edificio.

De esta forma, los fantasmas de Belchite recorren las calles del que fue escenario de duros conflictos bélicos, incapaces de abandonar el mundo de los vivos pues, fue tal la barbarie que sufrieron, que sus almas quedaron allí atrapadas. Los fantasmas de Belchite vagan por las calles de un lugar que ha sido manchado en diferentes ocasiones con sangre, mostrando así el sufrimiento, la agonía y las atrocidades que padecieron. Este es, por ello, un pueblo fantasma que se ha propuesto no ser olvidado.

martes, 13 de febrero de 2018

LA MALDICIÓN DE TRASMOZ

En la provincia de Zaragoza, ubicado a pies del Moncayo, y a escasos kilómetros del Monasterio de Veruela, se encuentra el municipio de Trasmoz. Un pueblo rodeado de halo y misterio. Esta localidad ha dado lugar a leyendas sobre brujas y ritos paganos.

Son muchas las leyendas que han surgido en torno al pueblo y su castillo, que se dice fue construido por el mago Mutamín en tan solo una noche tras haber realizado un pacto con el diablo. Además, durante años se dijo que el pueblo estaba encantado, que las brujas del lugar lanzaban hechizos y males de ojo, además de celebrar aquelarres y fiestas paganas.


La realidad es que, durante el siglo XIII, sus habitantes forjaban monedas falsas. Para evitar que se investigara todo ese martilleo, difundieron el rumor de que las brujas y los hechiceros hacían sonar cadenas y movían calderos para hervir pociones mágicas por la noche. De esta forma, se comenzó a asociar esta localidad con la brujería y el castillo fue visto como un lugar tenebroso en el que las brujas se reunían para celebrar sus aquelarres y perversos rituales.


Pero este no era el único problema ya que, mientras la comarca se encontraba bajo la influencia del Monasterio de Veruela, esta pequeña localidad se encontraba bajo el poder de la Corona, lo que dio lugar a constantes enfrentamientos entre el Monastario y el pueblo de Trasmoz, que siempre se resistió a que el monasterio impusiese su control sobre el territorio. Tales eran los enfrentamientos, que ambas partes se enfrentaron por los recursos naturales de la zona.
Pero en el año 1255 los rumores sobre las prácticas paganas en dicha localidad se extendieron más allá de los límites de la aldea, oportunidad que el abad Andrés de Tudela, del Monasterio de Veruela, decidió aprovechar para castigar a los habitantes de Trasmoz. El castigo, cuyo permiso había sido previamente solicitado al arzobispo de Tarazona, no fue otro que excomulgar a todo el pueblo.

No obstante, el castigo no se detuvo ahí. Siglos más tarde, en 1511, los conflictos por los recursos naturales volvieron a surgir. Según se relata, el agua que llegaba al pueblo atravesaba el Monasterio de Veruela. Pero el curso del agua fue desviado y este necesario recurso dejó de llegar al pueblo. En ese momento, el monarca Fernando II intervino y concedió la razón al señor de Trasmoz. Tal fue la rabia de la iglesia que, con el permiso del Papa Julio II, lanzó una maldición al pueblo. Esta maldición se realizó cubriendo una cruz con un velo negro, mientras que todos los monjes del Monasterio realizaban la lectura del Salmo 108, cuyo contenido mostraba una maldición de Dios contra los enemigos. Así mismo, con cada frase que se recitaba, se daba un toque de campana para dar constancia de ello. En ese momento, la aldea se convirtió en el único pueblo excomulgado y maldito.


Los siglos pasaron y las malas prácticas continuaron desarrollándose en esta localidad. La aparición de brujas era constante. Prueba de ello fue la existencia de la Tía Casca, quien se convirtió en la bruja más célebre de la localidad. Se trataba de una curandera, como todas las mujeres a las que llamaban “brujas” en aquella época. Desgraciadamente, sus actividades coincidieron con una época de plagas en la que los niños enfermaban, los animales morían, y los cultivos se estropeaban. Los habitantes del pueblo, pensando que era ella quien provocaba todos aquellos males, decidieron tomarse la justicia por su mano. En el año 1850, la arrojaron desde el monte sobre el que se alzaba el imponente castillo. Pero, pensando que aquello pondría fin a todos los problemas, obtuvieron todo lo contrario, pues aquella mujer lanzó una maldición. Desde ese día, vaga por el barranco desde el que fue arrojada, despeñando a todo aquel que tenga el valor de acercarse a ese lugar.

La fortuna quiso que, poco después de tan trágico suceso, llegase al Monasterio de Veruela el poeta Gustavo Adolfo Bécquer, para tratar de recuperarse de la tuberculosis que padecía.
Debido a la cercanía del Monasterio con el pueblo, el autor pudo recoger en su obra de 1864 “Cartas desde mi celda” los diferentes sucesos que en la aldea sucedían. Así mismo, describió a la Tía Casca de la siguiente manera: "Me bastó distinguir sus greñas blancuzcas que se enredaban alrededor de su frente como culebras, sus formas extravagantes, su cuerpo encorvado y sus brazos disformes, que se destacaban angulosos y oscuros". Además, fue él quien dio a conocer que el alma de la bruja erraba en pena al añadir a sus líneas "y no era querida ni por Dios ni por el Diablo".

Pero aquella no fue la única bruja famosa en la aldea. Otra importante bruja fue Dorotea quien, sobrina de un párroco que intentó exorcizar el lugar, fue víctima del encantamiento de otras brujas que allí vivían. Por otro lado, se hace mención a la Tía Galga y su hija, quienes realizaban lecturas del destino y potajes milagrosos que solucionaban problemas al usar plantas recogidas del Moncayo.

Los años siguieron pasando, y las antiguas tradiciones no se perdieron. Durante el día de las ánimas, los habitantes de Trasmoz realizaban en el cementerio una procesión en la que las mujeres vestían de negro y los niños de blanco. Durante este acto, debían encender una vela por cada uno de sus difuntos e introducirlas dentro de calabazas que se situaban en el camino de la procesión de las ánimas. La persona que no lo hiciese así, corría el riesgo de ser perseguida por el espíritu del familiar hasta que su vela estuviese colocada.


Actualmente, el pueblo continúa excomulgado y maldito. Pasear por sus calles implica encontrarse con escobas en los balcones, muérdago en las ventanas y gatos negros por las calles. En este lugar, para mantener viva la tradición, cada año durante el mes de julio tiene lugar un popular encuentro en el que se elige a la Bruja del Año. Así mismo, se celebra la feria de la brujería. Es en estos momentos cuando el pueblo vuelve a su pasado, recreándose una caza de brujas y un aquelarre.
Pero la tradición no se queda aquí pues, el último sábado de octubre, noche en la que se celebra “La Luz de las Ánimas”, el pueblo queda iluminado únicamente con la luz de las velas de las calabazas que sus habitantes colocan por las calles. Es por ello que Trasmoz se ha convertido en un lugar atractivo para todo tipo de turista.

jueves, 8 de febrero de 2018

LA LEYENDA DE APOLONIA


La muerte, esa sombra de rostro desconocido, nos arrebata a nuestros seres queridos, pero no nuestros sentimientos hacia las personas que una vez estuvieron a nuestro lado, pero ya no están.

La muerte va acompañada de historias curiosas, historias mágicas, historias en los que la realidad y la leyenda se fusionan creando hermosos relatos. Esto nos deja sepulturas realmente curiosas en los cementerios. Lápidas que nos cuentan una historia.

Una de esas tumbas se encuentra en el cementerio de Ciudad Real. Una lápida que, aunque permanece en silencio, nos llama para captar su atención e introducirnos en una historia en la que la tragedia queda eclipsada por el amor. Una losa en la que se encuentra tallada la imagen de una hermosa joven que cubre su cuerpo desnudo con un fino velo. Esta es la tumba de Apolonia.

Según se cuenta, Apolonia era hija de un rico hacendado de Extremadura casada con un alto funcionario de la Administración Publica, nacido en el seno de una familia acomodada de Toledo. Él, un hombre de fuerte carácter que creía llevar siempre la razón, contrajo matrimonio con la joven por conveniencia social, al tener ya una avanzada edad y temer quedarse solo. El matrimonio se trasladó a Ciudad Real por motivos laborales, donde fue muy respetado y envidiado por la bella mujer que le acompañaba.

Tal era la belleza de Apolonia, que el hombre encargó a un artista de la ciudad que realizase un retrato de su esposa. De esta forma, el pintor iba cada día a la casa del matrimonio, y cada día avanzaba el retrato. Sus facciones eran perfectas, sus ojos eran hermosos, y siempre trataba al pintor con amabilidad y cordialidad. De esta manera, el artista se enamoró perdidamente de la mujer a la que retrataba, y puso todo su empeño en la obra, pues deseaba que tal belleza quedase reflejada en aquel retrato.

Pero el destino siempre ha sido caprichoso. Su marido viajó, como su trabajo le obligaba a hacer ocasionalmente, a la capital para resolver ciertos asuntos oficiales. Durante el trayecto, unos bandoleros, con intención de robar al aristócrata, le dispararon arrebatándole la vida en el acto. Ante tal noticia, Apolonia quedó destrozada y enfermó trágicamente
. Desgraciadamente, a los pocos meses la vida de la hermosa mujer se consumió como una vela. El pintor, que había finalizado el magnífico retrato, no pudo soportar la idea de que el perfecto cuerpo de la mujer a la que en secreto amó se marchitase, y su belleza cayese en el olvido. Por ese motivo, el hombre decidió esculpir un magnífico sepulcro que mostrase a la ciudad la belleza de la joven que allí yacía.


El tiempo pasó hasta que nadie quedó para acudir a aquella tumba y llorar a la mujer allí sepultada, pero la leyenda de Apolonia siguió viva. La historia de Apolonia así fue recordada, igual que tal belleza en una losa de piedra reflejada.

lunes, 5 de febrero de 2018

LA ATALAYA DE CIUDAD REAL

Muchos son los lugares en los que la tragedia hace mella creando leyendas y rumores. Uno de esos lugares es el Parque Forestal de La Atalaya, en Ciudad Real.


En aquel lugar se ubicaba un imponente sanatorio. Este sanatorio se construyó inicialmente para tratar a enfermos de tuberculosis. El lugar era idóneo pues, aparte de encontrarse apartado de la ciudad, la naturaleza envolvía dicho edificio. Finalmente, la enfermedad fue erradicada, por lo que no tenía sentido continuar dándole el uso para el que originalmente fue construido. Por ello, se decidió que este edificio pasase a ser un psiquiátrico infantil. El problema era que, dado el tamaño del edificio, no se ocupaban todas las habitaciones, por lo que se decidió que se admitirían también adultos con diferentes trastornos mentales, aunque tampoco se consiguió cubrir la capacidad máxima del edificio.


Es en este momento en el que la leyenda comienza a cobrar vida. Los testimonios de los vecinos afirman que, cuando decidían pasear por las diferentes senderas que este Parque Forestal ofrece a los ciudadrealeños, se podían escuchar los gritos de los enfermos, gritos que parecían de dolor y agonía. Según los rumores que recorrían la ciudad, los empleados a cargo de aquellos pacientes realizaban prácticas en absoluto profesionales tales como vejaciones, maltrato y abusos de todo tipo. Así mismo, algunos pacientes conseguían escapar del edificio, deambulando sin rumbo, lo que hizo que los ciudadanos se preguntasen si simplemente se fugaban o si, por el contrario, trataban de huir de algo o de alguien. Los rumores fueron creciendo y la mala fama se adueñó del edificio, por lo que cada vez ingresaban en él menos pacientes y, finalmente, cerró sus puertas para siempre en los años 80.

Pero esas puestas, en principio cerradas para las personas, no lo estuvieron para toda clase de ente paranormal. A pesar de estar completamente vacío, en su interior se seguían oyendo gritos. Hay quien asegura que el lamento de los pacientes quedó atrapado entre sus muros, y quien afirma que se trata de las almas atormentadas de los pacientes que no fueron capaces de sobrevivir a los maltratos sufridos durante su agónica estancia en el sanatorio. Es por ello que muchos se aventuraron a ser engullidos por la espesa oscuridad de sus pasillos y habitaciones. El edificio fue deteriorándose, adoptando así un aspecto mucho más lúgubre del que ya poseía. Son variados los testimonios de quienes se aventuraron a entrar al edificio. En el mismo momento en el que alguien entra, esa persona siente un aura que le pone el vello de punta, un aura que le indica que debería irse de allí. Pero, si se decide a ignorar esa advertencia y adentrarse en el edificio, encontrará pintadas en las paredes advirtiendo a todo aquel que ose entrar que no podrá volver a salir. Las ratas y las palomas se han adueñado del lugar, pero quizás no sea lo único que merodea por esos angostos corredores pues, a lo largo del recorrido, en el que es fácil perderse, se pueden oír golpes, sonidos y crujidos indescriptibles. Sonidos que pueden jugar con la mente del más valiente, sonidos que pueden volver loco al más crédulo. Y, a través de los distintos pasillos y habitaciones, en los que se pueden percibir presencias que hacen saber al visitante que no se encuentra solo, se llega a la zona que peor sensación trasmite por su espectral aspecto y por su ambiente cargado de algo inhumano y cruel: la antigua capilla. Debido a la intensidad de la agonía que aquí se siente, ha sido lugar de sesiones de espiritismos y extraños rituales como empalar palomas en el altar.
Pero no es el interior lo único que abruma, pues desde el exterior se pueden ver figuras vistiendo lo que parece ser una bata blanca, pasando por delante de las ventanas, como si estuviesen vagando sin rumbo. Presencias que, atrapadas allí en vida, ahora también lo hacen en muerte. Presencias de las que se ignora su naturaleza benigna o maligna.
La leyenda del sanatorio de La Atalaya se extendió, captando la atención no sólo de curiosos, sino también del periodista Iker Jiménez, quien dedicó a este lugar un espacio en su programa “Cuarto Milenio”. 





No obstante, la cada vez más frecuente invasión del edificio por curiosos, en su mayoría jóvenes en busca de un entretenimiento fuerte, hizo mella en su interior acelerando su deterioro. Eso, y la frecuente práctica de actividades relacionadas con el espiritismo hicieron que a principios del año 2007 el edificio fuese derruido. De esta forma, el mítico sanatorio desapareció, aunque no lo hizo la leyenda pues, este simbólico edificio no ha sido el único foco de extraños sucesos en el Parque Forestal.





 No es necesario alejarse demasiado de la antigua ubicación del edificio para encontrarse con una figura fantasmal, pues son varios los testigos que afirman haber visto una silueta blanca semitransparente con aspecto de niña vistiendo un camisón en la curva de la carretera que, subiendo hacia la entrada del Parque Forestal, se sitúa justo delante de la puerta de hierro que daba acceso al recinto. Se ignora quién puede ser esa niña, pero hay quien dice que fue un paciente del antiguo psiquiátrico infantil que se suicidó tirándose por la ventana, y hay quien dice que fue una niña secuestrada a la que violaron y mataron en aquel mismo lugar.


Y, si continuamos nuestro trayecto hacia La Atalaya, los rumores y las leyendas siguen pues se cuenta que, durante la guerra civil, una misteriosa mujer vestida de blanco, paseaba por aquel lugar irradiando una potente luz. Al parecer, fueron varios los testigos que la vieron durante diferentes noches. Y, según cuentan, cuando la guerra terminó, nadie volvió a ver a aquella mujer.

Pero el suceso más trágico ocurrió en lo alto de La Atalaya la madrugada del 20 de abril de 1987. Según recogen diferentes diarios, como el “Diario Lanza”, una pareja fue hallada muerta. Un chico de veinticuatro años y una chica de veinte, aparecieron en el interior de un coche rojo sin vida con heridas de bala. A pocos metros del lugar, en el interior de un coche azul, se encontraba un policía, que en esos momentos no se encontraba de servicio, con una herida de bala en la sien causada por su propia arma reglamentaria. El motivo que llevo al policía, casado y padre de dos hijos, a cometer tal crimen se desconoce, aunque la hipótesis del crimen pasional es el que tiene más peso. Hay quien dice que el policía estaba enamorado de la chica y, llevado por los celos, asesinó a la pareja para después quitarse la vida. Por otro lado, ya que no parecía existir algún tipo de relación conocida entre las víctimas y el policía, se planteó que el hombre matase a la pareja confundiéndola por otra y, al darse cuenta de su error, decidió quitarse la vida. Sea cual fuese el motivo que llevo a este hombre a cometer tal crimen, aquella noche La Atalaya estuvo manchada con sangre inocente. Y, desde aquel día, en el lugar del suceso se alza un pequeño monolito en homenaje a la joven pareja cuya vida fue injustamente arrebatada.


La Atalaya es un Parque Forestal que, vigilando constantemente la ciudad, ha sabido crear su propia historia y su propia leyenda. Un lugar que, sin duda alguna, atrapa a quien entre sus árboles pasea.