domingo, 31 de octubre de 2021

RELATO VI

A todo el mundo le gustaba aquel espectáculo. Miles y miles de personas acudían cada viernes a aquel viejo teatro para aquel número de marionetas. Cada semana, cada viernes, el espectáculo era distinto y eso gustaba aún más a los espectadores pues sabían que no importaba las veces que acudiesen, que verían algo novedoso. Cada viernes, el espectáculo mostraba una historia distinta: a veces una comedia, a veces una tragedia. Pero nunca dejaba indiferente a nadie. Pero, sin duda alguna, lo que más gustaba no era el guion sino lo bien echas que estaban las marionetas, perfectamente manejadas por un titiritero que se mantenía en el anonimato. Según sus palabras, las protagonistas eran las marionetas, no él. Nadie sabía quién era: ni su nombre ni su aspecto. Pero todos parecían adorarle por las maravillas que conseguía durante su espectáculo. Desde las butacas, las marionetas parecían de carne y hueso, lo que aportaba realismo y dramatismo a las historias que representaban, y ese factor también se beneficiaba por el hecho de que las marionetas tenían tamaño real.

Un día más, el espectáculo terminó y la gente se puso en pie aplaudiendo tan fuerte que las paredes del viejo teatro  retumbaban. El sonido de los aplausos llegó a los oídos del maestro titiritero embelesándole como si de una fuerte droga se tratase. Esbozando una vanidosa sonrisa murmuró: “nos aman”. Movió los pesados hilos para que las marionetas hiciesen una pomposa reverencia antes de desaparecer tras las rojizas cortinas.

El viejo titiritero se dirigió a su camerino, el más alejado de todos, y se miró en el espejo. Tenía el pelo canoso y una cicatriz que le recorría media cara, desde la ceja hasta casi el labio y  un ojo de cristal que no se notaba, pues él mismo lo había fabricado con experta maestría. A fin de cuentas, era un ojo que le había arrancado a un cadáver, tratándolo con asombrosa maña para evitar su posterior putrefacción. Si alguien se fijaba detenidamente podría notar un brillo extraño y, pero nadie se le acercaba tanto como para ello. El hombre abrió una falsa pared en su camerino para guardar las marionetas que había utilizado en aquel espectáculo: un hombre esbelto, una mujer extremadamente delgada y un niño con sobrepeso. Fabricaba él mismo las marionetas, fijándose en las personas a su alrededor e intentaba recrear a aquellas que más le llamaban la atención. Todo el mundo tenía cabida en su espectáculo pues eran las personas en su día a día las que le daban vida a aquellas historias. Aunque siempre trataba de buscar algo nuevo pues no le gustaba repetirse.

Tras guardar aquellas tres marionetas, recorrió con la mirada el centenar de marionetas que tenía guardadas y colocó aquellas tres en su lugar. Entonces se acercó a la marioneta de una mujer y la olió.

-¿Por qué no salimos a cenar?-gruñó el viejo titiritero.

Imitando la voz de una mujer, dijo:-Nada me haría más feliz.

El hombre cogió aquella marioneta femenina y la sentó en una silla delante de una mesa redonda que había en su camerino. De una pequeña nevera sacó un poco de queso, lo cortó y lo puso en un plato, antes de sentarse en la otra silla, frente a la marioneta. Mientras comía, el hombre comenzó a tener un diálogo cambiando la voz como si mantuviese una conversación real con aquella falsa mujer.

Al terminar de cenar dijo:-Estás preciosa esta noche.

Cogió la marioneta y la llevó hasta un viejo camastro donde la desnudó y, tras tocar con verdadera gana todo su cuerpo, mantuvo relaciones sexuales con ella.

A la mañana siguiente, el hombre salió por la puerta trasera del viejo teatro, lugar en el que no sólo realizaba sus espectáculos, sino en el que también vivía, se montó en su vieja furgoneta blanca y se dirigió a la ciudad. Tras aparcar, bajó de la furgoneta y dio un paseo hasta llegar a una plaza, donde se puso a observar a las personas de un modo algo descarado: una pareja de ancianas paseaba despacio comentando algo que parecía preocuparles, un grupo de niños jugaba en los columpios bajo la despreocupada mirada de sus padres y madres, varios veinteañeros jugaban al fútbol, algunos sin camiseta en un egocéntrico intento de fardar de sus cuerpos, y un grupo de chicas llevando unos leggins ajustados, hacían algo que parecía aerobic de forma bastante burda. Todo aquello estaba bien pero nada de eso era lo que él buscaba. Pasó media hora y no pasaba nadie en quien mereciese la pena fijarse, hasta que vio cruzar la calle a una adolescente con la mirada, cubierta de lágrimas, fija en la pantalla de un móvil, tecleando algo con rapidez y furia. Sí. Aquella chica era perfecta. Nunca había incluido el papel de una adolescente despechada en su número y podría ser algo novedoso que atrajese a nuevo público. Sonrió y tomó algunas notas en una pequeña libreta que llevaba encima. Sintiendo que tenía parte del trabajo hecho, regresó a su furgoneta. Ahora tocaba lo más laborioso: crear la marioneta. Y para eso necesitaba ir a por el material apropiado.

La furgoneta blanca arrancó con fuerza y recorrió un par de calles sobrepasando el límite de velocidad pero poco importaba si no estaba la policía cerca. Giró una esquina y llegó hasta el lugar donde recogería el material. Esperó unos segundos antes de bajar de la furgoneta, abrió el maletero y, esperando al momento más adecuado, golpeó a la chica, que justamente pasaba a su lado, dejándola inconsciente. La metió en la furgoneta respirando su dulce aroma. Se sintió excitado, pero aún no estaba perfecta para empezar una relación con ella, pues le faltaban algunos hilos que la manejasen.

A toda prisa, la furgoneta regresó al viejo teatro. El viejo titiritero sacó a la muchacha inconsciente del maletero y la introdujo en el edificio hasta llegar a una mesa de operaciones situada en el sótano, donde años atrás las grandes compañías guardaban el atrezo. El hombre besó a la muchacha y susurró:-Ahora serás feliz. Ya no habrá más lágrimas ni más problemas, pues en el espectáculo de marionetas no existe la infelicidad.

Manos a la obra, el viejo titiritero cogió un bisturí y realizó una profunda incisión similar a la de los forenses en el cuerpo de la joven. La sangre comenzó a manar a borbotones. Sacó sus órganos y comenzó a utilizar grandes cantidades de formol en el interior de la adolescente antes de introducir bastante relleno que le ayudase a conservar la forma. Rompió las articulaciones y rajó algunos tendones, pues necesitaba libertad de movimiento. Hizo una importante incisión en la comisura de los labios para que la boca se abriese y cerrase, e incluso llegó a romper levemente la mandíbula para facilitar ese movimiento, pero procurando no deformar el hermoso rostro de la joven. Una vez terminado el laborioso proceso, cosió con gran habilidad unas cuerdas a las extremidades y fue moviéndolas hasta comprobar que su recién adquirida marioneta se movía correctamente. Para finalizar, la acicaló penándola cuidadosamente, cortando sus uñas y aplicando maquillaje. Una vez finalizó su labor tras horas de intenso trabajo, sonrió. Antes era una hermosura, pero ahora estaba realmente preciosa.

Llevó a su nueva marioneta con la colección y se la presentó a las demás como si de una recién llegada a una fiesta de amigos se tratase. Buscó el sitio adecuado y la colocó allí sin dejar de sonreír. Miró al chico corpulento que había a su lado: un muchacho que dedicaba más tiempo a levantar pesas que a cuidar de su pareja, un muchacho realmente infeliz por culpa de aquella adicción al sentir que nadie le comprendía. Así que aquel viejo titiritero solucionó su problema. Más allá había una mujer que había llegado a robar en una joyería tras gastarse todo su dinero en operarse reiteradas veces la nariz sin quedar nunca satisfecha con el resultado. En una esquina había un niño al que su familia torturaba psicológicamente por considerarle responsable de su pobreza. Todas aquellas marionetas tenían una dura historia detrás. Y él las ayudaba para que no volviesen a sufrir. Era un verdadero artista que realizaba proezas convirtiendo a personas en marionetas. Utilizando una técnica similar a la taxidermia conseguía que los cuerpos no se pudriesen nunca. Aquella era su familia y debía cuidar de ella para que siempre estuviesen perfectos. Volvió a besar a su nueva marioneta y se marchó canturreando, realmente feliz.

Los días pasaron y llegó un nuevo viernes. A toda prisa preparó las marionetas que necesitaba, entre ellas su nueva adquisición, para la obra que representaría aquella noche. Mirando el reloj y controlando bien los tiempos, se puso en su posición antes de decir a sus marionetas:-El aforo está lleno esta noche. Hay que actuar como nunca, queridas mías.

La obra finalizó y el titiritero observó cómo el público aplaudía. Sólo que había un problema: el público nunca había existido realmente. Siempre había estado en su cabeza. Pero para su demencia, todo aquello era real.



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