Pasaron
varios días y Adam regresó a su apartamento tras haber celebrado “Acción de Gracias”
con su familia. Había llegado tarde por lo que, cansado por el largo viaje, se
fue a la cama. Se acababa de quedar dormido cuando un fuerte ruido le hizo dar
un salto en la cama. Parecía como si alguien hubiese dejado caer una bola de
jugar a los bolos. Entonces Adam comenzó a sentirse raro, como si la
habitación se hubiese llenado de energía negativa. Al cabo de un minuto escuchó
un nuevo golpe. Adam permaneció sentado en su cama sin saber qué hacer con el
pulso acelerado escuchando ese golpe una y otra vez, llegando a contar hasta
quince. A continuación, hubo un largo e incómodo silencio. Pero, entonces, Adam
escuchó un sonido en el rellano, como unos pasos. Esperó en silencio
durante unos minutos y, al no volver a escuchar nada más, se durmió.
A la
mañana siguiente, salió de su apartamento y, al bajar las escaleras, notó algo
que crujía bajo sus pies. Miró y vio que había suciedad justo debajo de la
trampilla.
Adam
observó la trampilla y se percató de algo pequeño que asomaba como si se
hubiese quedado pillado al cerrarse la trampilla.
El
ilustrador regresó al apartamento, cogió un palo lo suficientemente largo y
empujó la trampilla. Para su sorpresa, algo le cayó encima. Al principio se
horrorizó pensando que era un animal muerto, aunque por otra parte le animaba
que lo fuese, pues eso le daría una explicación a todos aquellos extraños
sonidos. Pero cuando se fijó, vio que se trataba de un zapato de niño, viejo y
totalmente desgastado, con la suela rota.
Adam
miró extrañado aquel objeto preguntándose cómo podía haber llegado allí. En ese
momento cogió el teléfono y llamó a su casero, le contó que había algo en el
hueco entre el techo y el tejado y le pidió que echase un vistazo. El hombre
aceptó y, al cabo de unas horas, se presentó en el apartamento con una escalera
alta, lo que le permitía asomarse al interior de aquella buhardilla. El hombre
subió, alzó la trampilla y, con una linterna, recorrió todos los rincones de
aquel oscuro y sucio lugar. Adam temía que algo agarrase a aquel hombre y le
arrastrase al interior de la trampilla, pero afortunadamente no ocurrió. Al
principio, el casero no vio nada pero, cuando se disponía a bajar, vio algo que
le llamó la atención, por lo que estiró el brazo y lo cogió. El hombre bajó de
la escalera y le dio a Adam aquel objeto: una pequeña canica de color verde.
Los
dos estaban totalmente confusos, pues no sabían cómo esa canica podía haber
llegado allí, por lo que el casero le dijo a Adam que le llamase corriendo si
volvía a oír algún ruido extraño.
Tras
aquel inusual descubrimiento, Adam comenzó a sentirse mal. Durante los
siguientes días le costaba conciliar el sueño y, cuando lo hacían, extrañas
pesadillas le asaltaban. Como consecuencia, se encontraba cansado el resto del
día sintiéndose en ocasiones mareado. Pero lo peor sucedió cuando una noche se
despertó sobresaltado con una extraña sensación en el cuerpo, como si alguien
le estuviese observando, por lo que encendió la luz, pero allí no había nadie.
No obstante, incluso con el cuarto iluminado, podía sentir una extraña
sensación que le parecía maldad. Automáticamente, relacionó aquella sensación
con la aparición de Dear David. Siempre que el niño aparecía, dejaba un aura de
maldad. No obstante, se encontraba tan cansado, que decidió apagar la luz y
volver a dormir. Y lo mismo sucedió la noche siguiente. Por esa razón, decidió
actuar y se descargó una aplicación del móvil que tomaba fotos cada 60 segundos
y lo colocó en una estantería, de forma que la cámara podía captar toda la
habitación. Así podría ver qué ocurría allí cada vez que se iba a dormir. Una
vez que se percató de que la cámara actuaba como él quería, Adam se fue a
dormir dejando la luz encendida. De nuevo, se despertó sobresaltado con esa
extraña sensación invadiendo la habitación, por lo que rápidamente cogió el
móvil. Había unas 300 fotos y en la mayoría de ellas aparecía él durmiendo
pero, de repente vio unas fotos que le impactaron muchísimo.
En la
primera foto aparecía Dear David sentado en una butaca mirándolo fijamente. En
la siguiente foto, el niño parecía estar mirando fijamente el techo para,
posteriormente, derrumbarse sobre la butaca como si estuviese muerto.
Adam
continuó pasando fotos, pero Dear David había desaparecido, o eso pensaba, pues
el niño volvió a aparecer..
Dear
David se encontraba de pie junto a la cama mirando a Adam para, posteriormente,
subirse a ella mirando frívolamente al ilustrador. A continuación, el niño
miraba a la cámara, como si se acabase de dar cuenta de su presencia en la
habitación. Adam siguió pasando fotos y, de nuevo, Dear David había
desaparecido. Volvía a estar él solo en la habitación hasta que llegó a la
última imagen, que le puso los pelos de punta.
Adam
no podía evitar mirar constantemente aquella butaca pensando que David
aparecería en cualquier momento. Y, a aquel miedo se sumaba el agotamiento que
había estado arrastrando durante aquellos días. Simplemente no sabía qué hacer.
Por
suerte, se acercaban las vacaciones de Navidad, y Adam viajaría a Montana para
estar con su familia unos días. Podría olvidarse de todo aquel asunto.
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