viernes, 22 de junio de 2018

DEAR DAVID IV



Pasaron varios días y Adam regresó a su apartamento tras haber celebrado “Acción de Gracias” con su familia. Había llegado tarde por lo que, cansado por el largo viaje, se fue a la cama. Se acababa de quedar dormido cuando un fuerte ruido le hizo dar un salto en la cama. Parecía como si alguien hubiese dejado caer una bola de jugar a los bolos. Entonces Adam comenzó a sentirse raro, como si la habitación se hubiese llenado de energía negativa. Al cabo de un minuto escuchó un nuevo golpe. Adam permaneció sentado en su cama sin saber qué hacer con el pulso acelerado escuchando ese golpe una y otra vez, llegando a contar hasta quince. A continuación, hubo un largo e incómodo silencio. Pero, entonces, Adam escuchó un sonido en el rellano, como unos pasos. Esperó en silencio durante unos minutos y, al no volver a escuchar nada más, se durmió.

A la mañana siguiente, salió de su apartamento y, al bajar las escaleras, notó algo que crujía bajo sus pies. Miró y vio que había suciedad justo debajo de la trampilla.

Adam observó la trampilla y se percató de algo pequeño que asomaba como si se hubiese quedado pillado al cerrarse la trampilla. 

El ilustrador regresó al apartamento, cogió un palo lo suficientemente largo y empujó la trampilla. Para su sorpresa, algo le cayó encima. Al principio se horrorizó pensando que era un animal muerto, aunque por otra parte le animaba que lo fuese, pues eso le daría una explicación a todos aquellos extraños sonidos. Pero cuando se fijó, vio que se trataba de un zapato de niño, viejo y totalmente desgastado, con la suela rota.

Adam miró extrañado aquel objeto preguntándose cómo podía haber llegado allí. En ese momento cogió el teléfono y llamó a su casero, le contó que había algo en el hueco entre el techo y el tejado y le pidió que echase un vistazo. El hombre aceptó y, al cabo de unas horas, se presentó en el apartamento con una escalera alta, lo que le permitía asomarse al interior de aquella buhardilla. El hombre subió, alzó la trampilla y, con una linterna, recorrió todos los rincones de aquel oscuro y sucio lugar. Adam temía que algo agarrase a aquel hombre y le arrastrase al interior de la trampilla, pero afortunadamente no ocurrió. Al principio, el casero no vio nada pero, cuando se disponía a bajar, vio algo que le llamó la atención, por lo que estiró el brazo y lo cogió. El hombre bajó de la escalera y le dio a Adam aquel objeto: una pequeña canica de color verde.

Los dos estaban totalmente confusos, pues no sabían cómo esa canica podía haber llegado allí, por lo que el casero le dijo a Adam que le llamase corriendo si volvía a oír algún ruido extraño.

Tras aquel inusual descubrimiento, Adam comenzó a sentirse mal. Durante los siguientes días le costaba conciliar el sueño y, cuando lo hacían, extrañas pesadillas le asaltaban. Como consecuencia, se encontraba cansado el resto del día sintiéndose en ocasiones mareado. Pero lo peor sucedió cuando una noche se despertó sobresaltado con una extraña sensación en el cuerpo, como si alguien le estuviese observando, por lo que encendió la luz, pero allí no había nadie. No obstante, incluso con el cuarto iluminado, podía sentir una extraña sensación que le parecía maldad. Automáticamente, relacionó aquella sensación con la aparición de Dear David. Siempre que el niño aparecía, dejaba un aura de maldad. No obstante, se encontraba tan cansado, que decidió apagar la luz y volver a dormir. Y lo mismo sucedió la noche siguiente. Por esa razón, decidió actuar y se descargó una aplicación del móvil que tomaba fotos cada 60 segundos y lo colocó en una estantería, de forma que la cámara podía captar toda la habitación. Así podría ver qué ocurría allí cada vez que se iba a dormir. Una vez que se percató de que la cámara actuaba como él quería, Adam se fue a dormir dejando la luz encendida. De nuevo, se despertó sobresaltado con esa extraña sensación invadiendo la habitación, por lo que rápidamente cogió el móvil. Había unas 300 fotos y en la mayoría de ellas aparecía él durmiendo pero, de repente vio unas fotos que le impactaron muchísimo.


En la primera foto aparecía Dear David sentado en una butaca mirándolo fijamente. En la siguiente foto, el niño parecía estar mirando fijamente el techo para, posteriormente, derrumbarse sobre la butaca como si estuviese muerto.

Adam continuó pasando fotos, pero Dear David había desaparecido, o eso pensaba, pues el niño volvió a aparecer..



Dear David se encontraba de pie junto a la cama mirando a Adam para, posteriormente, subirse a ella mirando frívolamente al ilustrador. A continuación, el niño miraba a la cámara, como si se acabase de dar cuenta de su presencia en la habitación. Adam siguió pasando fotos y, de nuevo, Dear David había desaparecido. Volvía a estar él solo en la habitación hasta que llegó a la última imagen, que le puso los pelos de punta.
Adam no podía evitar mirar constantemente aquella butaca pensando que David aparecería en cualquier momento. Y, a aquel miedo se sumaba el agotamiento que había estado arrastrando durante aquellos días. Simplemente no sabía qué hacer.

Por suerte, se acercaban las vacaciones de Navidad, y Adam viajaría a Montana para estar con su familia unos días. Podría olvidarse de todo aquel asunto.

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