miércoles, 6 de junio de 2018

RELATO I


Aquella noche no fue como ninguna de las que había vivido antes...
Vivía en un barrio de casas unifamiliares a las afueras de mi ciudad. Según descubrí, hace bastantes años ya había casas aquí pero, debido a su mal estado, se embargaron para construir casas nuevas. Los vecinos se negaron, pero no fueron capaces de derrotar al poder al que se enfrentaban por el destino de sus hogares, y las casas fueron finalmente demolidas.
Nunca me había parado a pensar en ello aunque, de haberlo hecho, supongo que nunca habría imaginado las terribles consecuencias.
Estaba sólo en casa pues mis padres se habían ido de viaje durante toda la semana. Un alivio por mi parte poder librarme de ellos unos días.
Había salido con los amigos para dar una vuelta, pero la lluvia nos había obligado a retirarnos antes de tiempo. Entré en mi casa, eché el cerrojo de la puerta y fui a mi habitación en el piso de arriba. Un sonido debajo de mi cama me hizo mirar para ver salir a mi gato que me saludó restregándose con mi pierna. Me puse el pijama mientras mi gato me observaba sin parpadear, puse la alarma en el móvil, me metí en la cama y apagué la luz.
De repente, mi móvil vibró. Abrí los ojos y me estire antes de coger mi móvil. Miré a la pantalla pero no había ninguna llamada perdida, ningún mensaje, o ningún whatsapp. Lo único que mostraba la pantalla era la hora, las 3: 30 de la madrugada, y la fecha, martes 13 de septiembre de 2016. Volví a colocar el teléfono en la mesita de noche junto a mi cama y traté de dormir de nuevo cuando entonces escuché un ruido muy fuerte procedente del sótano seguido del sonido de algo arrastrándose. ¿Era real o mi imaginación estaba jugando conmigo? Pero un grito escalofriante fue la respuesta a mi pregunta. Di un brinco en la cama y, con el corazón en la boca, encendí la lámpara y vi cómo mi gato miraba al oscuro pasillo con el lomo erguido.
De repente la ventana de mi habitación se abrió de golpe, y las cortinas comenzaron a moverse acompañando al frío viento que entraba. Me levanté deprisa y la cerré.
Un nuevo golpe procedente del sótano recorrió la casa y mi gato comenzó a bufar. A ese golpe lo siguió otro más y el sonido de unas bisagras chirriando. Cogí mi móvil para llamar a la policía pero se habían quedado sin batería. Me extrañó, pues juraría que le quedaba bastante carga aún. Conecté el cargador pero, al hacerlo, la bombilla de la lámpara estalló. Una risa cargada de demencia salió le sótano. Traté de encender otra luz, pero ninguna funcionaba. Simplemente, no había corriente.
Un relámpago seguido de un trueno que hizo retumbar la casa iluminó por un instante mi dormitorio. Tomé una profunda bocanada de aire y, tras coger el primer objeto que alcancé para usarlo como arma, me dirigí a la habitación de mis padres para usar su teléfono. Evidentemente no funcionaba. Estaba absolutamente nervioso, y oí cómo se rompía un cristal en algún punto de la casa.
Tomé una decisión. Me cambié el pijama por ropa de calle y bajé las escaleras. La mejor opción era ir a casa de uno de mis vecinos y pedir ayuda. Estaba muy asustado y me estremecí al escuchar el crujido de un escalón al apoyar el pie. Llegué a la puerta principal y puse mi mano en el cerrojo de la puerta, pero había un problema: estaba atascado. Lo volví a intentar con todas mis fuerzas y me peleé desesperadamente con la puerta, pero no sirvió de nada. Esto no me podía estar pasando a mí. Después de maldecir todo lo que se me vino a la cabeza, decidí ir a la cocina y salir por la puerta trasera, pero volví a oír esa risa, y esta vez venía de la cocina. Miré hacia allá intentando deslumbrar algo cuando un relámpago iluminó la casa permitiéndome ver una silueta delante de la puerta trasera, que estaba abierta.
Sin evitarlo, el miedo hizo que los ojos se me llenasen de lágrimas. De repente oí el maullido desesperado de mi gato en mi habitación. Subí corriendo al piso de arriba y, mientras lo hacía se me ocurrió que podría escapar por la ventana de mi cuarto. Pero algo no iba bien. En realidad todo iba mal. El pasillo entre la escalera y mi habitación estaba lleno de polvo y de páginas de periódico. Cogí una extrañado y, usando la escasa luz que entraba por una farola en la calle, vi la fecha: viernes 18 de septiembre de 1977. Leí la noticia rápidamente y lo entendí todo: Cuando las máquinas llegaron para derribar las casas, nadie se percató de que una anciana que se había negado a abandonar se hogae, se había metido en el sótano de su casa. Ella murió ese día cuando la casa la enterró viva. Pero el cuerpo no fue descubierto hasta cinco días después.
Estaba asustado como nunca lo había estado. Entré a mi habitación, me tropecé con una especie de felpudo junto a mi cama y llegué a la ventana, pero estaba bloqueada. Angustiado comencé a golpear el cristal, pero me quedé helado al oír una voz detrás de mí. Me giré lentamente y un relámpago me permitió ver a una vieja sentada en mi cama. Su cara estaba llena de odio y maldad. Me dirigió una sonrisa que mostró unos afilados dientes. Tenía los ojos hundidos y dos oscuras ojeras. El canoso cabello que nacía de su cabeza empezaba a escasear. Entre sus pies se encontraba mi gato, muerto. Y entendí que me había tropezado con su cuerpo sin vida.
Grité como nunca he gritado. Grité con todas mis fuerzas. Pero ella sólo sonrió y dijo: -Nadie va a oírte como nadie me oyó cuando quedé atrapada entre los escombros... Ven conmigo...
Ella alargó sus putrefactas manos hacia mí. La ventana se volvió a abrir y la cortina cayó al suelo. Grité todo lo que mis pulmones me permitieron, pero mi grito quedó ahogado por un fuerte trueno.
Afortunadamente, ya no tengo miedo. De hecho, no puedo sentir nada ahora. Ni si quiera pude sentir nada cuando leí el periódico explicando la extraña muerte de un joven en su casa. El motivo de la extraña muerte había sido "miedo", aunque no se podía explicar qué había pasado... Y más extraña había sido la muerte de su gato en la misma habitación por la misma circunstancia. Ambas muertes habían sido muy extrañas.
Ahora me encuentro mirando por la ventana cómo mis padres se dirigen al coche. Miran hacia mi habitación, pero no pueden verme, y se montan en el coche para guiar al camión de la mudanza a su nuevo hogar. Ojalá puede ir con ellos, pero debo quedarme aquí para siempre. Al menos no estaré sólo, pues una familia ha comprado la casa. Y creo que tienen un hijo... Será divertido...
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